37. Condenado
Emilia Díaz
Revolví con manos temblorosas los bolsillos del pantalón de Álvaro hasta que, al fin, mis dedos rozaron el frío metal de la llave. La saqué de inmediato, sintiendo cómo el pulso me retumbaba en los oídos.
Con torpeza, encajé la llave en la cerradura y giré desesperada. La puerta se abrió con un chirrido ahogado. Apenas tuve tiempo de respirar antes de salir a toda prisa, bajando las escaleras tan rápido como mi pie lastimado me lo permitió.
Cada latido de mi corazón retumbaba en mi pecho como un tambor de guerra.
Me dirigí a la estancia, donde el teléfono más cercano descansaba sobre una mesa. Lo tomé con manos sudorosas y marqué el número del psiquiatra.
Uno… dos… tres tonos…
—Consultorio del doctor Morales, ¿en qué puedo ayudarle? —contestó una voz femenina.
Mi garganta estaba tan cerrada que apenas pude hablar.
—Por favor… necesito al doctor Morales… Es una emergencia. ¡Tiene que venir a la residencia de la familia Duarte! —solté de golpe, mi respiración era entrecortad