34. Incendio
Emilia Diaz
—¡Joven Álvaro! ¡Joven Álvaro!
Los golpes desesperados en la puerta me arrancaron del sueño. Abrí los ojos de golpe, con el corazón latiéndome con fuerza.
Me incorporé en la cama, aturdida. ¿Qué hora era? Giré la cabeza hacia el reloj en la mesita de noche. Las cuatro de la mañana.
Confundida, moví a Álvaro con suavidad, pero ni siquiera se inmutó. Era comprensible… había tomado sus pastillas para dormir. Despertarlo sería difícil.
Los golpes en la puerta continuaron, insistentes, casi desesperados. Pedro no solía comportarse así. Algo grave debía estar pasando.
Me levanté apresuradamente y abrí la puerta.
—¿Qué pasa, Pedro? —pregunté con el ceño fruncido.
Pero en cuanto vi su rostro desencajado, algo en mi interior se congeló. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza, y un nudo de temor se instaló en mi pecho.
—Señorita Emilia… —su voz sonaba entrecortada—. Acaba de llamar el velador de la fábrica. Dice que se está incendiando.
Mi respiración se detuvo.
—¡No puede ser!