33. Futuro incierto
Emilia Díaz
El silencio que siguió a mis palabras fue tan denso que me costaba respirar.
Pude ver cómo Álvaro bajaba la mirada, cómo sus labios se apretaban hasta volverse una delgada línea temblorosa. Su pecho subía y bajaba con fuerza, como si cada respiración le costara un pedazo del alma.
Dio un paso hacia atrás y luego se llevó las manos al rostro, cubriéndose los ojos. Sabía que estaba luchando contra sus propios demonios. Quise acercarme, pero no me atreví. Tenía miedo de romperlo más.
Cuando por fin bajó las manos, vi en sus ojos ese brillo doloroso, esa herida abierta que no sabía cómo sanar.
—Te amo, Emilia —dijo al fin, su voz ronca, casi quebrada—. Te amo tanto que me duele el pecho. Te amo con cada parte de mí… pero no sé si soy capaz de amar a ese ser como si fuera mío. No quiero mentirte. No quiero mentirme. Pero tengo que ser sincero contigo, por el amor que sentimos.
Cada palabra fue un golpe directo a mi pecho. Sentí que me ahogaba, pero lo entendía. Era tan humano,