19. Un campo minado de emociones
Narrador omnisciente
Habían llegado tarde al edificio principal de Industrias Cazares no por accidente, sino con una intención clara y premeditada. Era el día en el que viejas cuentas comenzarían a saldarse.
Álvaro caminaba al lado de Catalina con la espalda recta, el mentón en alto y los ojos fijos en las puertas del ascensor que se abrían ante ellos. Llevaba un traje oscuro, perfectamente ajustado, pero en su mirada había una fiereza que no encajaba con el ambiente pulcro y corporativo del edificio.
Volver a ver a Esteban, después de todo lo que había ocurrido, era como caminar directo hacia el centro de una herida abierta. No por miedo. No por duda. Sino por todo lo que representaba. La última vez que lo había visto, su puño había sido más elocuente que cualquier palabra. Le había roto la nariz de un golpe, y aún así, sentía que se había quedado corto. Muy corto.
Esteban había ganado esa vez. No con fuerza, sino con poder. Con trampas. Con dinero. Lo había metido en la cárcel. Le