El silencio que reinó tras su entrada no fue normal. Fue algo primitivo, casi ritual. Como si el aire mismo supiera que no debía moverse en presencia de un depredador como él.
Cassian avanzó con paso lento, cada uno de sus movimientos era tan preciso, tan calculado, que el sonido de sus botas sobre la piedra bastaba para hacer que los corazones aceleraran. Nadie se atrevía a respirar más de la cuenta. Nadie se movía. Nadie hablaba.
Katherine sintió que el calor se le iba del cuerpo.
No había visto esa expresión en su rostro desde que lo conocía.
No esa.
No tan oscura.
No tan letal.
Su mandíbula estaba tensa, sus ojos eran puro hielo asesino. A su alrededor, los lobos agachaban la mirada, retrocedían, se apartaban de su camino como si algo en su olor, algo en su esencia, les gritara que estaban a segundos de la muerte si lo tocaban.
—¿Vas a hablar? —preguntó.
No levantó la voz.
No necesitó rugir.
Pero el efecto de esa pregunta bastó para que todos se congelaran.
Katherine no ente