El silencio en la sala pesaba como plomo. El eco de las risas que habían destrozado a Katherine aún flotaba en el aire pero nadie se atrevía a pronunciar más palabra. La presencia del Alfa oscuro lo había quebrado todo.
Cassian se mantenía de pie, alto, letal, con esa calma depredadora que era peor que cualquier rugido.
Sus ojos de hielo no se apartaban de ella, de la loba rota en el suelo, con lágrimas manchando su rostro.
El fuego de la humillación ardía en su pecho, pero algo más ardía también, ese vínculo extraño, imposible, que la ataba a la mirada de ese macho pues no podía evitar sentirse extrañamente atraída al recién llegado.
Maverik al otro lado apretaba los puños de rabia contenida. Su manada lo miraba expectante. Todos sabían que la llegada del Alfa oscuro no presagiaba nada bueno, ellos eran enemigos naturales.
Pero Maverik no se movía. No había dado un paso hacia Katherine. No había tendido una mano. La había dejado caer sola.
Cassian sonrió, apenas un movimiento en s