La rueda del destino

Capítulo 3 – La rueda del destino

El amanecer llegó lento, como si el cielo también cargara con un peso invisible. Lyra abrió los ojos y, por un momento, creyó que todo había sido un sueño: la fiesta de un par de noches atrás, la humillación, la mirada gélida de Daren, el aroma a peligro y salvación del desconocido que la había llevado a casa. Pero el ardor en su pecho le recordó que no, todo había sido absolutamente real y no había escapatoria del vínculo roto.

La manada despertaba con su rutina habitual. Jóvenes entrenando en el claro, risas, olor a tierra húmeda y sudor. Pero Lyra se mantenía al margen. Su estatus de omega la dejaba en los márgenes de todo. No era débil, pero a los ojos de los demás, era menos, mucho menos.

Esa mañana se vistió con una camiseta gris y jeans gastados. Ató su cabello en una coleta alta e intentó sonreír cuando Nora la encontró en el pasillo del edificio de residencias. Ambas muchachas hablaron sobre la escapada de Nora al bar, pero Lyra omitió contarle lo que había pasado después de que ella se marchó.

—Por favor, no pongas esa cara de funeral —dijo Nora, sujetando dos cafés. Tenía el cabello negro como la noche y una energía que parecía desafiar cualquier sombra—. Hoy empieza una nueva semana, y tú no vas a dejar que un idiota con complejo de superioridad te arruine los días.

Lyra bajó la mirada.

—No es tan fácil, Nora. —Su voz sonó débil—. No puedo sacarlo de mi cabeza. Cuando… cuando me besó, sentí que el mundo se detenía. Y cuando me rechazó, fue como si me arrancaran algo de adentro.

Nora frunció el ceño, dejando el vaso en la mesa.

—¿Y todavía te duele? Porque si me lo cuentas una vez más, juro que voy y le muerdo el ego a ese remedo de alfa.

Lyra rió suavemente, aunque la risa murió rápido.

—No quiero problemas. Ya tengo suficientes con los rumores, y su mirada.

Nora la observó, preocupada.

—¿Te está molestando?

Lyra dudó. No quería admitirlo, pero desde aquella noche Daren parecía estar en todas partes. En los entrenamientos, en los pasillos, en las reuniones. Su mirada ardía como una advertencia muda.

—Solo… me observa. Pero se siente como una amenaza. —Tomó aire—. Es como si no pudiera decidir si odiarme o… no.

Daren estaba en el bosque, los puños envueltos en vendas, golpeando el tronco de un roble hasta que la corteza se astilló.

El sudor le corría por la espalda desnuda, su respiración era un gruñido contenido. Cada golpe era un intento fallido por silenciar la voz de su lobo, Kaen, rugiendo dentro de él:

“Es nuestra. La rechazaste, pero sigue siendo nuestra.”

—Cállate —murmuró Daren entre dientes, pero el eco interno fue más fuerte.

Su mente volvía una y otra vez a la imagen de Lyra en la fiesta, a la forma en que su cuerpo había temblado bajo su toque, al calor que lo había consumido justo antes de rechazarla.

¿Por qué?

Ni siquiera él lo entendía del todo. Había esperado a su compañera toda la vida, había imaginado una guerrera, una loba fuerte, alguien que pudiera estar a su lado cuando heredara la manada. Y el destino le entregó a una omega de ojos suaves y sonrisa tímida.

No era lo él que quería. Pero su lobo sí la quería.

Y eso lo estaba destruyendo.

—Daren —una voz masculina lo sacó de sus pensamientos. Era su mejor amigo—. Si sigues viniendo aquí a golpear árboles. Vas a terminar rompiéndote las manos.

—Mejor eso que romperle la cara a alguien más.

—¿Lo dices porque te enteraste que Lyra estuvo en un antro? —el muchacho arqueó una ceja.

Daren lo fulminó con la mirada.

—No pronuncies su nombre.

—La rechazaste. No tienes derecho a vigilarla.

Daren bufó.

—No la vigilo. Solo me aseguro de que no meta la pata.

—¿O de que nadie más se le acerque?

El silencio fue respuesta suficiente. Kaen, su lobo, rugió complacido en su mente.

“Nadie más va a tocarla.”

Esa tarde, Lyra caminaba hacia la biblioteca del campus. El aire olía a lluvia próxima, las hojas crujían bajo sus botas. Cuando dobló una esquina, se detuvo en seco. Daren estaba allí, apoyado contra un árbol, como si la esperara.

Su camiseta negra se pegaba a su torso, el cabello oscuro le caía sobre la frente y sus ojos grises tenían un brillo peligroso.

Lyra sintió que su corazón daba un vuelco.

—¿Qué haces aquí? —preguntó, tratando de mantener la voz firme.

Él no respondió al principio, solo la miró con intensidad.

—Escuché que saliste el fin de semana. —Su tono era bajo, casi un gruñido.

—Y… ¿qué importa eso? —dijo ella.

Daren dio un paso al frente.

—Importa. No te atrevas a mirar a otro, Lyra.

El aire pareció helarse.

Lyra retrocedió, sintiendo cómo la furia le subía al rostro.

—¿Estás escuchándote? Tú me rechazaste, Daren. ¡No puedes venir a decirme que hacer o con quién salir o no!

—No entiendes —gruñó él, acercándose más—. Hay cosas que no se rompen tan fácilmente.

Ella lo miró con los ojos húmedos.

—Sí se rompen. Tú lo hiciste. Y no sabes cuánto dolió.

Daren apretó la mandíbula, incapaz de responder. Por un segundo, su expresión se suavizó, casi arrepentida. Pero enseguida volvió a endurecerse.

—¡Aléjate de los idiotas que te rondan! —fue lo único que dijo antes de marcharse.

Lyra se quedó temblando. No sabía si por rabia o por tristeza. El vínculo ya estaba roto.

A kilómetros de allí, en un ático antiguo en las afueras de la ciudad, Elián cerraba un libro y se quedaba mirando por la ventana. La noche se extendía sobre los tejados como un manto denso y oscuro.

No podía dejar de pensar en la muchacha que había llevado a su casa noches atrás. Era hermosa, sin dudas, pero además de eso había algo que él no terminaba de descifrar.

No sabía por qué seguía regresando a la imagen en la que ella le daba las gracias.

Tomó una copa de líquido oscuro y la giró entre los dedos.

El líquido carmesí tenía un sabor metálico, pero no era suficiente para saciar lo que comenzaba a arder en su interior.

“Eres un insensato,” se dijo. “Apenas era una muchacha. No tiene idea de lo que eres.”

Sin embargo, su mente volvió a su aroma: jazmín y lluvia.

Y algo dentro de él, algo dormido durante demasiado tiempo, comenzó a despertar.

Nora encontró a Lyra esa noche sentada en su cama, mirando por la ventana.

—¿Otra vez pensando en él?

—No. —Lyra suspiró—. En los dos.

—¿Los dos?

—El chico que me salvó aquella noche… —respondió, esa noche durante la cena le había contado a Nora lo ocurrido después de que ella se había marchado —No entiendo por qué no puedo dejar de pensar en él.

Nora sonrió con picardía.

—Quizás el universo te está mandando un recordatorio de que no todos los hombres son lobos idiotas.

Lyra sonrió, pero por dentro seguía rota. Algo le decía que su historia con Daren aún no había terminado. Y que el extraño que la había rescatado volvería a cruzarse en su camino.

La luna se alzó sobre los árboles, bañando todo con su luz pálida.

En algún lugar, tres corazones marcaban el mismo compás sin saberlo: uno de dolor, uno de deseo y otro de hambre.

La rueda del destino acababa de comenzar a girar.

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