Mundo ficciónIniciar sesiónCapítulo 2: Una herida invisible
El amanecer trajo silencio. Lyra se despertó con los ojos hinchados, la garganta seca y una presión extraña en el pecho. Era como si algo dentro de ella hubiera muerto y el vacío no dejara de crecer. El vínculo con su compañero se había roto sin siquiera tener la oportunidad de disfrutarlo… y aunque nadie lo mencionaba, todos lo sabían. En la manada Lunargenta, los rumores corrían más rápido que el viento. Durante tres días evitó salir de su pequeño departamento dentro del campus. Iba a clases, comía lo justo, fingía normalidad. Pero sus ojos ya no tenían el brillo de antes. Hasta Nora, su mejor amiga desde la infancia, lo notó. —¿Qué te pasa, Lyra? —le preguntó la tercera noche, cruzando los brazos frente a ella. Nora tenía el cabello corto, rizado, del color del cobre. Era explosiva, directa, incapaz de quedarse callada. —Nada —mintió Lyra sin mirarla. —No me mientas —Nora se acercó—. Casi no duermes, comes poco, y te la pasas mirando por la ventana. Te conozco. ¿Volviste a ver a tu compañero? —No. Y es mejor que así sea. —¡Esto no puede estar pasando! —espetó Nora, quien hasta ese momento había ignorado algunos murmullos en los pasillos. —Dime quien es... Lyra tragó saliva. Había intentado guardar el secreto, pero el peso era demasiado. Finalmente, sus ojos se llenaron de lágrimas. —Daren, mi compañero, era Daren. El silencio cayó como una bomba. Nora la miró boquiabierta, luego apretó los puños. —¿Qué? —Lo que escuchaste —murmuró Lyra, limpiándose el rostro—. Anoche, el vínculo se formó…él llegó hasta mí, me besó...y luego me dijo que no era suficiente. Que no podía aceptarme. —¡Ese maldito pedazo de arrogancia sobre dos piernas! —gritó Nora, haciendo que un par de estudiantes las miraran desde las mesas vecinas—. ¿Quién se cree que es? Lyra suspiró. —El futuro Alfa —respondió con tristeza—. Y en su defensa los Alfas no se emparejan con omegas. Nora golpeó la mesa. —¡Me importa un carajo su rango! Es un imbécil, y no merece respirar él mismo aire que tú. Lyra soltó una risita débil, casi sin fuerzas. —Gracias, pero… ya no quiero hablar más de eso. Creo que lo mejor va a ser tratar de olvidar y que duela menos. Nora la observó un momento, luego su expresión cambió. —Entonces eso vamos a hacer. ¡Yo voy a ayudarte a olvidar! —¿Qué? ¿Cómo? —Esta noche —dijo con una sonrisa cómplice—. Hay una fiesta en The Hollow, el antro nuevo de Ridgewood. Nos vamos a arreglar, vamos a salir y, vas a olvidarte de ese idiota. Lyra abrió la boca para protestar, pero la mirada de su amiga no admitía discusión. —No me siento con ánimos… —Precisamente por eso —replicó Nora—. Vas a ponerte ese vestido negro que nunca usas y vas a recordar que todavía respiras. Lyra la observó unos segundos, luego asintió despacio. Tal vez una noche fuera bastaría para distraerla un poco del dolor. Todos sabían que con el tiempo el dolor del rechazo no se iba, pero al menos se suavizaba. Así que después de clases, ambas se prepararon para su salida. Al llegar, el lugar era un hervidero de luces rojas y música grave que hacía vibrar el suelo. The Hollow estaba lleno de estudiantes, humanos y lobos mezclados, riendo, bebiendo, moviéndose al ritmo del DJ. Lyra entró tras Nora, algo intimidada. Llevaba un vestido negro ajustado, de tiras finas, que resaltaba su figura delicada. Su cabello suelto caía en ondas suaves hasta la cintura, y el brillo en sus ojos había vuelto, aunque fuera un destello tímido. —Sabía que ese vestido era tu arma secreta —bromeó Nora, guiñándole un ojo. —Todos me miran —susurró Lyra, apretando su bolso. —Esa es la idea —rió su amiga antes de arrastrarla a la pista. Bailaron durante una hora. Al principio, Lyra se movía con torpeza, la tristeza en su corazón pesaba demasiado, pero poco a poco se dejó llevar. La música, las luces, la risa de Nora… por un momento, la tristeza se diluyó entre los latidos del bajo. Hasta que tres jóvenes se acercaron. —¿Puedo invitarles algo? —preguntó uno de ellos, de cabello oscuro, sonrisa fácil y ojos grises. —Depende —replicó Nora con una media sonrisa—. ¿Qué traes? —Buenas intenciones —respondió el chico, extendiendo la mano—. Soy Aaron. Ellos son Luke y Damon. Los tres eran atractivos, demasiado. Lyra percibió enseguida su energía, eran lobos. Pero no de su manada. Extranjeros. Nora, siempre sociable, aceptó las bebidas. Lyra dudó, pero terminó cediendo. —Relájate, no todo el mundo quiere romperte el corazón —le susurró su amiga, empujándola suavemente. Bebieron, rieron, bailaron. Nora era un torbellino y en poco tiempo ya estaba charlando animadamente con Luke y Damon. Lyra, en cambio, se mantuvo más reservada, respondiendo cortésmente a los intentos de conversación de Aaron. —No eres de hablar mucho, ¿eh? —dijo él, inclinándose para hacerse oír entre la música. —Me gusta escuchar —respondió Lyra. —Entonces escuchá esto: Eres la chica más hermosa de este lugar. Ella rodó los ojos, y sonrió débilmente. —Y tú eres el número veinte en decírmelo esta noche, supongo. Aaron rió. —Error, soy el primero en decírtelo con sinceridad. Nora los interrumpió, venía tomada del brazo de Damon. —Lyra, me voy con los chicos a un bar más tranquilo, ¿vienes? Lyra negó con la cabeza. —No, creo que voy a volver. Estoy cansada. —¿Segura? —Sí. —Está bien, pero no desaparezcas sin avisar, ¿ok? Te escribo más tarde. Nora se marchó riendo, abrazada a sus dos acompañantes. Lyra respiró aliviada, feliz de tener un momento de calma. Aaron la observaba todavía. —Te llevo a casa —dijo. —No hace falta, puedo pedir un taxi. —No te dejaré ir sola —insistió con una sonrisa. Lyra negó, incómoda, y se dirigió hacia la salida. Pero él la siguió. En la calle, el aire fresco le devolvió algo de claridad. Pidió un taxi desde su móvil, pero no había ninguno disponible en la zona. La parada estaba desierta, iluminada solo por un farol que parpadeaba. Aaron se acercó, demasiado. —No seas testaruda, te llevo a casa —dijo, apoyando una mano en su brazo. Lyra dio un paso atrás. —Te dije que no, pero gracias. Él sonrió, ladeando la cabeza. —¿Sabes que a veces los no a veces son juegos? —Este no lo es —respondió firme la muchacha. Aaron rió suavemente, y su voz cambió de tono. —Sabes… eres diferente. Puedo olerlo, eres una Omega —dijo ladeando la cabeza, mientras su semblante cambiaba —No deberías andar sola por las noches. Antes de que ella pudiera reaccionar, él la sujetó por la cintura, forzándola a acercarse. Lyra empujó su pecho con fuerza, pero él era más alto, más fuerte. —¡Sueltáme! —No te voy a hacer daño, solo— No alcanzó a terminar. Una voz profunda, grave y helada interrumpió el silencio: —Creo que ella dijo que la sueltes. Aaron se tensó. Giró, buscando al dueño de aquella voz. Un hombre emergió de la sombra del callejón. Alto, de hombros anchos, vestido con un abrigo oscuro que caía hasta las rodillas. Su cabello negro azabache brillaba bajo la luz tenue, y sus ojos… sus ojos parecían de obsidiana, con un destello carmesí que no pertenecía a ningún lobo. Lyra lo miró, y por un segundo el tiempo se detuvo. El aire cambió, volviéndose más denso. Aaron retrocedió un paso, incómodo. —Esto no es asunto tuyo, amigo. El desconocido avanzó despacio, con una calma peligrosa. —Cuando un hombre intenta forzar a una mujer, siempre es mi asunto. El tono fue suave, pero cargado de amenaza. Aaron gruñó, mostrando apenas un destello de sus colmillos. —¿Quién demonios eres? El hombre sonrió, sin humor. —Alguien a quién no deberías provocar. El ataque fue rápido. Aaron intentó lanzarse sobre él, pero el desconocido se movió con una velocidad inhumana. En un parpadeo, lo tomó por el cuello y lo estampó contra la pared. Los ojos del agresor se abrieron, aterrados. —¡Basta! —jadeó—. ¡Lo siento, lo siento! No quería— —Mentiroso —susurró el hombre, apretando un poco más antes de soltarlo. Aaron cayó al suelo, tosiendo, y salió corriendo sin mirar atrás. Lyra se quedó inmóvil, observando al extraño. Su respiración era irregular, su cuerpo aún temblaba por la adrenalina. Él la miró por unos segundos antes de hablar. —¿Estás bien? —Sí… creo que sí. —Su voz era débil—. Gracias. Él asintió. —No deberías andar sola a esta hora. —No planeaba hacerlo. Hubo un silencio breve. El viento movió un mechón de su cabello, y él se lo apartó con una delicadeza que la desarmó. Por un instante, sus miradas se cruzaron y Lyra sintió una corriente eléctrica recorrerle la piel. Había algo en él… algo imposible de describir, no tenía el típico aroma de los lobos. —¿Cómo te llamás? —preguntó ella. El hombre dudó un segundo antes de responder: —Elián. El nombre se grabó en su mente con la misma claridad que su voz. —Gracias, Elián —susurró. Él la observó en silencio, y algo en su expresión cambió, como si percibiera más de lo que ella decía. —Vives cerca, ¿verdad? Te llevo. Lyra dudó. —No quiero molestarte. —No sería molestia —replicó, con un leve tono autoritario que no admitía objeción. Finalmente, ella aceptó. El trayecto fue breve. El coche negro se deslizaba en silencio, y Elián mantenía la vista al frente, con los nudillos relajados sobre el volante. Lyra lo observaba de reojo. Había algo hipnótico en su presencia: la serenidad, la fuerza contenida, el aura fría que lo envolvía. No podía ser humano, ¿o sí? . —Gracias por… por lo que hiciste —dijo cuando él estacionó frente a su edificio. Elián giró apenas el rostro. —No tienes nada que agradecer. Solo elegí no mirar a otro lado. Ella sonrió débilmente. —Igualmente, gracias. Por un segundo, creyó sonreía. Apenas un movimiento en los labios, fugaz, pero real. Abrió la puerta y bajó. —Buenas noches, Lyra —dijo él, pronunciando su nombre con una naturalidad que la estremeció. —¿Cómo…? —Lo dijo tu amiga en el club, yo estaba allí también —respondió antes de arrancar. El coche desapareció entre las luces de la calle, y Lyra se quedó allí, mirando hacia donde se había ido, con el corazón latiéndole demasiado rápido. No lo sabía, pero en otro punto de la ciudad, Elián también pensaba en ella. Había salvado muchas vidas en su existencia larga y silenciosa, pero ninguna lo había dejado con esa sensación de calor bajo la piel. Era imposible… y sin embargo, su mente seguía repitiendo un solo pensamiento: Sus ojos… eran demasiado puros para este mundo. Y en el fondo, algo oscuro y antiguo dentro de él susurró una advertencia. “No te acerques. Si lo haces, no habrá vuelta atrás.” Pero Elián ya sabía que era demasiado tarde.






