Después de un rato, Lena abrió los ojos con lentitud.
Un murmullo lejano, la sensación de su propio aliento entrecortado y un dolor constante en el costado derecho fueron lo primero que registró. La cabeza le pesaba, sentía su garganta reseca. Y un leve quejido se escapó de sus labios al intentar incorporarse. Estaba en la cama de su habitación en la mansión Lancaster.
—Ni se te ocurra levantarte, jovencita —dijo la voz firme pero tranquila de Branwen.
Lena giró el rostro con dificultad y vio a la ama de llaves de pie junto a la cama. Sostenía una toalla húmeda y un frasco con algodones. Su rostro transmitía una especie de calma forzada y preocupación genuina. La mujer soltó un suspiro al ver a la joven ya despierta.
—Tengo que irme de aquí —susurró Lena con esfuerzo. Tratando de levantarse.
—Lo que tienes que hacer es guardar reposo. El médico está por llegar. Y tú apenas si puedes moverte —reprendió, aunque no cambió el tono suave de su voz al hablarle.
Lena no replicó. Su cuerpo tem