Lena dudó.
Frente a la imponente puerta de madera oscura, sus dedos temblaban ligeramente a los costados de su vestido. El pasillo estaba en silencio, lo único que podía escucharse era el leve zumbido eléctrico del sistema de calefacción y el lejano crujido de la madera en la estructura de la mansión.
Tenía miedo. Aunque ese no era un miedo nuevo.
Era el mismo que sentía cada vez que era llamada a la oficina de Marla en el instituto; jamás era por algo bueno. Cada visita terminaba con palabras hirientes y, a en muchas ocasiones, con golpes que ardían durante días, con heridas que dejaban una nueva marca en su espalda. Lena aprendió a temer los llamados a puerta cerrada. Aprendió que cuando escuchaba un “quiero hablar contigo”, lo que realmente significaba era “prepárate para sufrir”.
Y ahora estaba ahí, frente al despacho del hombre que la había hecho huir con el corazón desbordado de terror.
Kerem Lancaster.
Solo pronunciar su nombre en su mente hacía que algo en su pecho se contrajer