Lena salió de la universidad con una sonrisa amplia, la luz del mediodía cayendo sobre su rostro. El aire era cálido y fresco a la vez, y los estudiantes se dispersaban en grupos, riendo, conversando, llenando de ruido el campus. Pero ella solo tenía ojos para una figura en particular.
Kerem estaba recargado en el costado de un auto negro, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Llevaba puestas sus gafas oscuras y una camisa blanca remangada hasta los antebrazos. Su porte era impecable. Su presencia imponía respeto, y los murmullos alrededor no tardaron en surgir.
Cuando Lena lo vio, el corazón le dio un salto. Caminó hacia él con una mezcla de nervios y ternura, y notó cómo los demás la miraban con curiosidad. Kerem, esbozó una sonrisa ladeada al verla caminar en su dirección, levantó una ceja y sonrió con esa expresión altiva, tan suya.
—Estás tardando —murmuró cuando ella llegó a su lado.
Antes de que Lena pudiera responder, Kerem la tomó por la cintura y la atrajo con