El lunes amaneció con un aire distinto. El sol apenas se levantaba sobre las colinas, tiñendo de tonos cálidos los viñedos que parecían extenderse infinitos bajo el rocío. Oliver llegó temprano, como siempre lo hacía cuando había asuntos importantes. Tocó la puerta con seguridad y esperó en silencio.
Kerem estaba listo y ya lo esperaba. En tres semanas llegaría la primera vendimia, justo antes de que Lena se fuera a la universidad, así que estaría presente después de dos años manteniéndose al margen, y aunque no sentía entusiasmo por la celebración en sí, había algo que le encendía el pecho con fuerza: Lena. La sola idea de ella, vestida con frescura, sus pies hundiéndose en las uvas, los ojos brillando como sol cuando descubriera aquella tradición, era lo único que le daba sentido al evento.
Oliver lo condujo hasta el auto. Mientras avanzaban por el camino de grava, el aroma húmedo de la tierra subía y se mezclaba con el aire fresco de la mañana. El murmullo de los hombres ya se escu