Ese beso, intenso y delicioso, había sido el primero para Jennie. El inicio de algo que ella ni siquiera había previsto, la grieta que se abría en el mundo ordenado que había construido. Cuando Oliver volvió a besarla, sus labios respondieron de inmediato, como si hubieran estado esperando toda la vida por ese contacto. Jennie apretó el labio superior de él entre los suyos, y Oliver succionó el inferior con suavidad al principio, hasta que ambos se encontraron en un compás perfecto, moviéndose con la misma necesidad.
Era un beso más profundo, más hambriento, pero al mismo tiempo cargado de una ternura que desarmaba. Jennie sentía que se le escapaba el aire y, sin embargo, no quería apartarse. Oliver, con toda su experiencia, sintió ese beso diferente a cualquiera que hubiera probado antes. Había besado muchas bocas, algunas ansiosas, otras dominantes, otras cargadas de deseo inmediato. Pero esta vez… esta vez era distinto. En ese roce estaba la pulcritud de la inocencia, la dulzura de