Dispuestas a declarar

—Ya llegamos —susurró Lena al oído de Lucia. La niña estiró sus brazos y bajaron del auto.

Mientras ambas se ocupaban de llevar todo a la habitación, el celular de Kerem comenzó a sonar en el bolsillo de su pantalón. Él aún se encontraba en la planta baja, un poco abrumado, aún no se acostumbraba a salir de la mansión y exponer al mundo su ceguera. Deslizó el dedo por la pantalla para contestar. El asistente de voz avisó que era el abogado.

—Adrián —saludó con su voz grave, ladeando ligeramente el rostro.

—Señor Lancaster, voy en camino a su mansión —respondió el abogado del otro lado de la línea.

Kerem frunció el ceño, deteniéndose junto al gran ventanal del salón.

—¿Hoy? —inquirió con tono bajo, un tanto incrédulo, el hombre ya le avisado que iría, pero no pensó que tan pronto.

—Se que es muy pronto —admitió el abogado con un deje de urgencia—. Pero hay asuntos que debemos resolver cuanto antes.

El ceño de Kerem se marcó aún más, aunque su voz permaneció serena.

—Aquí te espero —fue
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