—Sigue recto…— murmuró Kerem con la voz tensa, ronca, mientras avanzaban por un sendero oculto entre los viñedos.
Lena lo miró de reojo. Él parecía… alterado. Su mandíbula apretada, el ceño fruncido, los nudillos marcados en la mano derecha. Pero su brazo izquierdo la rozaba. A veces, su codo apenas tocaba su cadera. A veces, sus dedos.
Ella sintió el calor de su cuerpo, tan cerca, demasiado cerca, y tragó saliva tratando de que él no percibiera su agitación. Una tensión cruda flotaba en el aire, invisible y sin embargo tangible, como un hilo que los unía.
—¿Seguro que sabe a dónde vamos? —preguntó con risa nerviosa, que pretendía sonar ligera, aunque su corazón latía rápido. Se habían alejado bastante de la mansión y aunque no dudaba que él conociera ese sitio de memoria. Sus pies ya le habían fallado antes y lo último que quería era hacerlo caer una vez más.
—Sí —contestó él, bajando el tono—. Ya casi llegamos —soltó con esfuerzo. Como si cada palabra le costara. Como si alg