El cuerpo de Kerem cubría el de Lena por completo.
Su brazo derecho se apoyaba junto a su rostro, firme, aferrado al suelo con una tensión que contenía algo más que el aliento. El otro rodeaba su cintura con fuerza, sus dedos se presionaron de forma involuntaria, casi posesiva, como si su cuerpo supiera algo que él aún no quería admitir. Su pecho subía y bajaba con lentitud, pero cada respiración era más pesada, más densa… casi como si aspirar el perfume de su piel lo arrastrara a una oscuridad diferente a la que ya conocía.
El silencio era espeso, interrumpido solo por el temblor contenido en los latidos de ambos.
Lena no se movía.
No por el peso que la inmovilizaba, sino por temor a que él pudiera escuchar su agitación. Sabía que los ojos de Kerem no podían verla, pero él escuchaba… percibía. Lo hacía con una intensidad brutal, como si su ceguera le hubiese entregado una capacidad salvaje de sentir con la piel, con el oído, con la respiración que compartían tan cerca. Y su corazó