Kerem permaneció quieto, escuchando aún los murmullos apagados del personal que había sido testigo de todo.
—Todos, regresen a su trabajo —su voz resonó tajante, demostrando que no tenía paciencia para nadie. Los pasos se dispersaron, los susurros se apagaron al instante. Y cada sirviente regresó a sus labores sin cuestionar.
Entonces se giró hacia Lena, buscó su mano y la tomó con firmeza, apretándola como si temiera que ella quisiera soltarse.
—Vamos —espetó con la voz más grave. No estaba enojado con ella, sino consigo mismo, con su condición. Con esa jodida angustia de saber que no pudo hacer nada para impedir que su madre la insultara, al no poder el rostro de Lena y saber todo lo que pasaba por su mente.
Ella lo siguió en silencio hasta el despacho. Kerem cerró la puerta con decisión y se quedó de pie frente a ella.
—¿Qué carajos te dijo mi madre? —preguntó con el tono bajo, pero firme y la mandíbula tensa.
Lena apretó los labios. No podía hablar todavía. Sentía un nudo en la ga