Un día, mi esposo y mi hijo, Gael Salazar, de pronto aparecieron juntos en los titulares de las noticias.
“¡Exclusiva! ¡Bruno Salazar, conocido como el hombre más peligroso del país, está casado en secreto y tiene un hijo de cinco años!”
Pero la protagonista del video no era yo.
En el video, Bruno y Sara Medina caminaban amorosos tomados de la mano con el pequeño Gael por un parque de diversiones.
Sonriendo, Sara le acariciaba la cabeza a Gael, mientras que Bruno la miraba con ternura.
Parecían una familia feliz.
Unas horas después, Sara actualizó su cuenta de Instagram.
—Gracias al señor Salazar y al pequeño Gael por este bello regalito para celebrar que me dieron de alta. ¡La taza la hizo el mismísimo Gael!
Entré enseguida a ver la foto. Había una cadena fina y una taza hecha a mano. En la base de la taza, se alcanzaban a leer algo significativo: “Feliz cumpleaños, mamá”.
Por instinto, miré la comida que estaba sobre la mesa y el pastel cubierto de velas.
Sonreí con amargura.
Sí, era mi cumpleaños, y también era el quinto aniversario de mi matrimonio con Bruno. Pero la que celebró en grande fue Sara.
Ellos festejaron que a Sara le dieran de alta, pero se olvidaron por completo de mi cumpleaños.
No recibí ningún regalo de parte de mi esposo ni de mi hijo. En cambio, Sara tuvo una agradable sorpresa de los dos.
No sé cuánto tiempo estuve sentada en la oscuridad, pero, al final Bruno regresó con Gael a casa.
Cuando me vio en medio de la sala, se quedó paralizado por un momento.
Encendió la luz y me miró, extrañado.
—¿Qué haces ahí sentada? Ya es tarde.
Como no respondí, se molestó, pensó que iba a reclamarle, así que le dijo a Gael:
—Ve a descansar a tu cuarto.
Gael, bostezando, obedeció. Pero antes de entrar, se detuvo junto a mí y me miró hacia arriba.
—Mami, feliz cumpleaños.
Tenía los mismos ojos que Bruno, llenos de inocencia.
—Papá y yo no olvidamos tu cumpleaños a propósito. No te vas a enojar solo porque pasamos un rato con la señorita Sara, ¿verdad? Sabes que todavía tenemos muchos años para celebrar contigo, pero a ella solo le quedan seis mesecitos.
No solo tenía los brillantes ojos de su papá, también hablaba igual que él.
Hacía medio año, Bruno también me dijo, con la misma expresión inocente, que la mujer con la que había crecido, Sara, estaba muy enferma.
—Malena, Sara quedó huérfana desde niña. Dice que quiere saber lo que es el calor de una familia antes de morirse. Quiero que Gael y yo estemos más tiempo con ella, para que no se vaya de este mundo con arrepentimientos. Espero que lo entiendas. A nosotros nos quedan muchos años, pero a Sara, solo uno.
En silencio, acepté.
Desde entonces, Bruno y Gael pasaban cada vez más tiempo con Sara.
Cuando les pedí que también estuvieran conmigo, Bruno creyó que solo quería competir con ella por atención.
Poco a poco, pedí menos y menos, hasta que al final... ya no pedía nada.
En silencio, los vi darle a Sara los vestidos que yo quería, el collar que me pertenecía, el viaje que había planeado al parque de diversiones, incluso la suntuosa fiesta de aniversario… todo se lo quedó ella.
Una noche, después de acompañar a Sara a su casa, Gael le dijo a Bruno en voz baja:
—La señorita Sara es tan amable y elegante… ojalá mamá fuera como ella.
Cuando escuché eso, perdí la última chispa de esperanza que tenía.
Ese día decidí no volver a meterme en nada y me prometí no volver a sentirme triste.
Pero ahora, escuchar a mi hijo decirme eso, sentí un dolor profundo, como si me arrancaran el corazón.
Ellos no sabían que yo tampoco tenía “muchos años” para estar con ellos.
Bajé con nostalgia la mirada al pastel cubierto de velas. Debajo estaba un sobre con los papeles del divorcio, yo ya lo había firmado.
La noche en que escuché aquella conversación, también compré un tiquete de avión.
Así que esta era la última vez que celebraba mi cumpleaños con ellos antes de irme.