163.

Habían sido un par de días dolorosos, y me sentía terriblemente abrumado, pero sobre todo enojado. Enojado por lo que había pasado, enojado por haber sido tan ingenuo y descuidado. Pero ya las cosas habían pasado, y no tenía más remedio que afrontar las consecuencias de los actos que nos habían llevado a donde estábamos.

Elisa seguía teniendo en su poder a Evangeline. Y aunque nosotros ya sabíamos dónde estaban, no era fácil ingresar al lugar. Habíamos montado un pequeño campamento en las afueras del lago del Sismo, y desde donde estaba, a lo lejos, podía ver el sendero que nos conducía hacia la casa de campo que había construido Elisa, donde se escondía y donde muy seguramente tenían secuestrada a Evangeline.

Apreté los ojos mientras terminaba de ajustar el arnés a mi cuerpo, que sostenía las armas. Me sentía inútil. Me imaginé todas las torturas a las que aquella mujer habría sometido a Evangeline: imaginé su dolor, sus lágrimas, sus gritos de ayuda. Yo no había llegado. No había po
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