182.

A pesar de que la tormenta entorpecía un poco la visión, el auto continuó avanzando sin detenerse ni una sola vez. La poca agua que había logrado empaparnos tenía mi cuerpo tiritando. Esta ciudad no era precisamente una ciudad de clima muy frío, todo lo contrario, incluso era un poco tropical. Pero ese día hacía tanto frío que se colaba debajo de la piel como puñaladas y agujas.

Elisa se veía extraña, relativamente calmada, como si hubiese entendido algo que yo no, algo que ninguno hubiera logrado entender aparte de ella. Se veía con la mirada firme a través del cristal empañado por las gotas de agua. Lanzó un gran suspiro.

Cuando llegamos a la orilla del muelle, era un lugar amplio, muy turístico. Había un caudaloso río que desembocaba cerca del océano y un barandal enorme en el que la gente podía recostarse a observar las aguas que bajaban por la ladera. Pero con el torrente que arreciaba sobre la ciudad, desde dentro del auto incluso se podía escuchar cómo su creciente había aument
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