Capítulo 69. Donde Nace el Horizonte.
**Valentina**
El café de las mañanas volvía a tener sabor.
No el sabor artificial de la rutina, sino el de los comienzos: tibio, honesto, lento. Lo tomaba en el balcón del pequeño apartamento que Alejandro y yo habíamos alquilado en el Distrito IX, con vista a un tejado repleto de gatos y macetas ajenas. París seguía siendo París, pero ahora la ciudad respiraba con nosotros.
Después del juicio, no volvimos a hablar de Juan José. No porque lo negáramos, sino porque sabíamos que nombrarlo le daba poder. Preferimos hablar de flores, de telas, de números, de cómo se sentía dormir con la ventana entreabierta o de qué nuevos sabores tenía el pan del boulanger.
Volví al atelier la semana siguiente.
Chloé me recibió con un abrazo que me rompió el alma. No hubo palabras grandilocuentes. Solo una mesa lista, mis bocetos intactos, y una nota manuscrita que decía: *“Tu historia no te mancha. Te transforma.”*
Volví también al máster. Los profesores fueron comprensivos. Mis compañeros, respetuosos.