La mentira de Selene —“fueron bravuconadas de un Alfa derrotado”— se instaló entre ellos como una pared de hielo. Florencio sabía que le estaba ocultando algo. Podía verlo en la forma en que sus ojos esquivaban los suyos, en la tensión casi imperceptible de su mandíbula cuando creía que él no la miraba. Y esa omisión, en su mente paranoica, se convirtió en la prueba que le faltaba. ¿Qué le había dicho Elio que ella no quería que él supiera? ¿Una amenaza? ¿Una oferta? ¿Una verdad compartida entre monstruos que un humano no podría entender?
La cabaña, que había sido testigo de su intimidad más cruda, se convirtió en un campo de batalla silencioso. La guerra ya no se libraba con balas ni con garras, sino con silencios calculados y distancias medidas.Él se adueñó de la me