El viaje de regreso a la cabaña fue un funeral silencioso. El amanecer se abría paso, tiñendo el cielo de un gris melancólico que hacía juego con el estado de sus almas. Selene estaba acurrucada en el asiento del acompañante, la chaqueta de Florencio sobre ella como un sudario. No era el dolor de la herida de la garra enemiga lo que la hacía temblar. Era el frío de una verdad que le había congelado los huesos.
«Tu padre nos traicionó a todos. Él, el tuyo, y Lombardi.»Las palabras de Elio resonaban en su mente, una y otra vez. ¿Podía creerle? ¿Podía confiar en la confesión de su peor enemigo en un momento de debilidad? No. Era absurdo. Una táctica desesperada para sembrar la discordia. Pero la imagen de los ojos de Elio, ese dolor genuino, esa rabia antigua… se negaba a desaparecer.Florencio conducía con una concent