La noche en el bosque era una criatura diferente. Si de día era un lugar de vida y sombras danzantes, por la noche se convertía en un laberinto de negrura y sonidos desconocidos. El aire era denso y helado, y olía a tierra húmeda y a pino, un perfume que para Selene era el de su hogar, pero que para Mar, ahora, olía a juicio.
Caminaron en silencio hasta la orilla del pequeño arroyo. La única luz era la que se filtraba a través de las nubes, un resplandor fantasmal que convertía las piedras en cráneos y las ramas de los árboles en dedos huesudos. Mar temblaba, no solo por el frío. Temblaba por el peso de la mirada de Selene, una mirada que ya no contenía ni rastro de la compasión que le había mostrado días atrás. Era la mirada de un Alfa evaluando a un miembro débil y poco fiable de la manada.—Sentate —ordenó Selene, su voz no era