102. Un Coro de Memorias Rotas
El galpón de la usina se había convertido en un manicomio personal, un teatro del infierno diseñado a la medida de las cicatrices de Selene. El luisón herido, aunque todavía una amenaza física, había pasado a un segundo plano. La verdadera batalla se libraba en el terreno de la mente, un campo minado de recuerdos y culpas que Elio, desde su trono de sombras, estaba haciendo detonar con una precisión sádica.
Desde la sala de control, Florencio y Kael eran espectadores de una locura que desafiaba toda lógica militar. Veían a Selene, su guerrera, su loba, moverse de forma errática por el suelo del galpón, eludiendo los golpes del monstruo de carne y hueso mientras su mirada se perdía, siguiendo a las figuras de Mar y Maia, fantasmas que solo ella parecía ver en toda su terrible solidez.
La impotencia era un veneno más corrosivo que cualquier plata. Desde la sala de control, Florencio era un dios inútil observando un universo que se deshacía. Veía a Selene en el suelo, luchando por levan