102.
Mar se levantó. Fue hasta la habitación de Selene.
No la había tocado desde esa noche.
Pero ahora la abrió.
La cama seguía deshecha.
Las sábanas aún arrugadas. El perfume aún vivo. El cajón de la ropa interior entreabierto. Un calzón de encaje rojo tirado sobre la lámpara de mesa.
Mar lo olió.
No lo tocó.
Solo lo olió.
Y se le cerraron los ojos.
No de tristeza.
De deseo.
🌑 🌊 🐾
Horas después, bajó al bosque costero.
Era de noche otra vez.
Llevaba puesta una campera que le robó a Selene. Una mochila con una linterna, una botella de agua, y un frasquito con sal.
No sabía por qué la llevaba. Solo que Selene le había dicho una vez: “La sal no es solo para las heridas. A veces revela lo que la sangre esconde.”
Volvió al lugar del campamento.
Las carpas ya no estaban.
El área estaba acordonada, pero sin vigilancia. Solo un cartel de “investigación en curso” colgando de una soga plástica.
Se metió igual.
Y ahí, en el claro, lo sintió:
El perfume.
El mismo que olía en la cama.
El mismo que