101. La Emboscada dentro de la Emboscada
La Vieja Usina del Puerto —también Usina Succina—, se había convertido en un teatro del absurdo, un escenario donde las leyes de la física y la lógica habían sido suspendidas. Abajo, en el centro del galpón, Selene luchaba por su vida en dos frentes. Uno era de carne y hueso: el luisón herido, que seguía siendo una mole de furia y garras, atacándola con una tenacidad brutal. El otro era un enemigo intangible, etéreo: las acusaciones de sus amigas, Mar y Maia, cuyas palabras eran colmillos envenenados que se clavaban directamente en su alma, explotando su culpa, su lealtad, su dolor.
—¡Es tu culpa que Abril esté muerta, Sely! —le decía Maia, mientras Selene esquivaba un zarpazo—. ¡La trajiste a la playa! ¡Vos y tu maldita sangre!
—¡Pero podemos perdonarte! —añadía Mar, desde el suelo—. ¡Unite a nosotras! ¡Dejá a ese hombre! Él es la verdadera jaula. Sé libre! ¡Sé la reina que debés ser!
Cada palabra era un golpe, cada acusación una distracción que el luisón aprovechaba. Selene estaba