063.
Florencio se abrochaba los pantalones en silencio. El aire estaba espeso. Ni siquiera el sonido de la ciudad entrando por la ventana parecía tener fuerza.
Selene permanecía en el suelo. La espalda contra la pared. Las piernas estiradas. El cuerpo aún tembloroso. Pero no de frío. Ni de pudor. Tampoco de culpa.
Era otro temblor.
Uno que no sabía si era placer rezagado o la antesala de un nuevo derrumbe.
Florencio se puso la camisa con movimientos lentos. Sin mirarla. Como si no pudiera. Como si, si lo hacía, todo lo que había intentado contener desde que entró a esa casa se le viniera encima de nuevo.
—No tenés idea de lo que significás —dijo, al fin.
Selene alzó apenas la cabeza.
—¿Para vos?
Florencio asintió.
—Para todo. Para la rabia. Para la duda. Para el deseo. Para la mierda de esta presidencia. Para mí.
Selene no respondió.
Se pasó una mano por el cuello, donde aún ardían las marcas de su boca. Las de él. Las de ella.
Eran dos lenguajes distintos. Pero la misma gramática.
—Yo no