Una semana ha pasado desde que Elena y David estuvieron juntos en el estudio de él.
David cerró la puerta de su estudio con el cuerpo algo entumecido por la humedad del día, venía del supermercado con una bolsa colgada al hombro y otra de papel en la mano, donde asomaban pinceles nuevos y una botella de vino blanco. Iba tarareando una melodía apenas recordada, cuando notó la presencia.
Allí, sentada en el sillón junto a la ventana, estaba ella.
—¿Mamá?,---- David sorprendido
La figura se volvió lentamente, como si no tuviera apuro, como si hubiera estado esperándolo desde siempre.
—Hola, hijo ingrato —respondió con esa voz templada que sabía ser cruel incluso en tono amable.
David se quedó quieto unos segundos, procesando la escena, hacía casi un año que no se veían, desde aquella última cena donde todo terminó en gritos bajos, miradas incómodas y puertas cerradas sin despedidas.
—¿Qué estás haciendo acá?,--- pregunto David
Dejó la bolsa en la mesa sin delicadeza, su madre, impasibl