El olor a café recién hecho flotaba en el aire mientras la lluvia golpeaba los ventanales con suavidad. El murmullo constante de la tormenta había envuelto el estudio en un silencio casi íntimo, roto solo por el sonido de la cafetera, el crujir del suelo de madera y un suspiro cálido que escapó de los labios de Elena.
Llevaba puesta solo una camisa de David, le llegaba hasta la mitad de los muslos, y dejaba al descubierto sus piernas largas y desnudas. El cuello desabrochado mostraba parte de su clavícula y el borde del nacimiento de un pecho. Caminaba descalza, con pasos lentos, recorriendo los lienzos apoyados contra las paredes del estudio, algunos eran obras terminadas, otros apenas tenían trazos.
-Tus cuadros son un reflejo de ti, intensos, hermosos, un poco salvajes, -murmuró Elena, rozando con la yema de los dedos uno de los bordes.
David, desde la cocina pequeña integrada al estudio, la observaba con una sonrisa apenas contenida, llevaba una taza de café en cada mano. El sol n