Elena estaba en el sillón, con una camisa blanca, solamente, la copa de vino en sus manos.
—¿Qué es lo que realmente quieres, David? —preguntó Elena, sin rodeos.
Él se acercó a ella despacio, como si temiera que desapareciera si se apresuraba.
—Quiero ser libre, libre de las ataduras de mi familia, de las expectativas, de la empresa. No quiero heredar un imperio que no me representa. Quiero pintar. Quiero vivir con las manos sucias de óleo y el alma limpia. Quiero ser yo.--- dijo David con voz firme.
Hizo una pausa, llevo una mano para acariciar el rostro de Elena.
—Y sobre todo, quiero pintar a mi musa.----
Sus dedos descendieron por su mejilla, con una ternura casi reverencial.
—¿Entonces… demuéstrame qué tan libre eres —susurró Elena.
David no dudó.
Se arrodillo frente a ella, la besó, un beso profundo, que no pedía permiso, sus manos exploraron el contorno de su cuerpo, como si dibujara un mapa que ya conocía, pero que aún lo seguía sorprendiendo. Elena respondió con el mismo fe