La noche parecía un susurro constante en mis venas, aún ardía el recuerdo de la última vez, el peso de sus cuerpos, la mezcla de humillación y placer que me había consumido.
Pero esta vez, al cruzar las puertas del club, supe que todo sería diferente.
Un murmullo vibraba en el aire, la promesa de algo nuevo, más intenso.
Isolde me esperaba, con esa sonrisa que era a la vez desafío y recompensa.
Pero no estaba sola.
A su lado, la joven del escenario se movía con una gracia que parecía acechar el espacio, mientras que un chico desconocido se apoyaba contra la pared, observándonos con una mezcla de interés y dominio.
—Dorian, seguiremos aprendiendo a compartir. —dijo Isolde, la voz baja, dominante.
Antes de que pudiera responder, ella se acercó y sus labios encontraron los míos en un beso profundo, que me arrancó la poca voluntad que quedaba intacta.
Me tomó de la mano y me guió hacia una cama grande, su tacto en mi piel desnuda era a la vez cuidadoso y mandón. Cada beso que depositaba e