David
La luz apenas se filtraba por las cortinas gruesas cuando el primer suspiro escapó de mis labios.
No era el sol lo que me despertaba, era calor, humedad, presión… placer.
Mi mente aún vagaba entre el sueño y la realidad, pero el cuerpo ya ardía, un par de labios suaves envolvían mi erección con lentitud deliciosa, recorriendo cada centímetro como si lo adoraran. Al mismo tiempo, una lengua jugueteaba en mi cuello, subiendo hasta mi oreja, dejándome sin aliento.
Abrí los ojos y vi a Elena.
Desnuda, con el cabello suelto y la mirada de reina que lo domina todo, su cuerpo curvado sobre el mío, su boca rozando mi piel, su sonrisa cargada de poder.
La otra mujer, Odelia, estaba entre mis piernas, su cabello caía como seda sobre mis muslos mientras su boca trabajaba en mí con una mezcla de ternura y hambre.
—Buenos días, mi sumiso, ¿Descansaste bien?—susurró Elena con voz ronca y seductora.
Intenté responder, pero un gemido me venció.
—Perfecto —añadió, y sin darme más tiempo, se sub