Elena tardó más de lo habitual en prepararse esa noche.
Dorian no le había dado muchas instrucciones. Solo una nota con caligrafía impecable que decía.
“Vestido negro, cabello recogido, ropa interior, ninguna. Te recogerán a las ocho.”
Su piel vibraba bajo el terciopelo del vestido entallado que le llegaba por debajo de las rodillas. Cada movimiento le recordaba que estaba desnuda bajo la tela, y eso la hacía sentir simultáneamente expuesta y poderosa. Se maquilló con discreción, pero con labios en rojo intenso. Sus tacones eran altos, sensuales, se sintió una ofrenda.
A las ocho en punto, una limusina la esperaba.
Dentro, un chofer le ofreció una copa de vino tinto y silencio.
El trayecto fue breve, al llegar, un valet abrió la puerta y ella descendió frente a una mansión de fachada clásica, iluminada por antorchas. Un mayordomo la guio por pasillos silenciosos hasta una sala elegante.
Allí estaba Dorian, impecablemente vestido con un traje negro y camisa sin corbata.
No sonr