La oficina de Demian era un campo de batalla de cristal roto y papeles esparcidos. Estaba de pie junto a su escritorio, la mandíbula apretada, con la furia hirviendo bajo el control de hierro que solo el miedo a su madre podía imponer. Acababa de colgar el teléfono con Elena Vieri, y la derrota era un sabor amargo en su boca.
Demian: (Apretando los puños) __Me está forzando. Me está obligando a negociar por lo que es mío. No voy a permitir que esa mujer, con sus curvas y su espíritu rebelde, desmantele mi imperio y mi vida__
Dante estaba cerca, tranquilo, observando a su hermano.
Dante: __No es ella. Es Mamá. Y tú lo sabes. Tienes que ceder. Si no lo haces, Marco desatará una guerra en los muelles que ni siquiera tú podrás controlar. Te van a exponer, Demian. Y lo peor, vas a perder esa calidez para siempre__
Demian: (Se giró, sus ojos oscuros) __¡Es posesión, Dante! No calidez__
Dante: (Se acercó y le plantó cara a su hermano, sin ceder) __No te engañes. Lo has confundido toda tu vid