La vida de Valeria en la mansión se asentó en una extraña rutina. Las mañanas eran para leer y trabajar en proyectos personales; las tardes, para la tensión. Demian estaba a menudo ausente, resolviendo los problemas de su imperio. Sin embargo, su presencia invisible era constante, un hilo de control tejido en las paredes.
Pero el control ahora tenía un rostro nuevo: Dante Vieri.
Dante no la confrontaba, ni la arrastraba. Simplemente estaba. Si Valeria bajaba a la cocina, él estaba en el despacho contiguo. Si ella se sentaba en el jardín, él revisaba un documento cerca. No era una guardia ostentosa; era una vigilancia sutil, pero constante.
Valeria se dio cuenta rápidamente de que la vigilancia de Dante era diferente a la de los otros guardias. Él la observaba con una intensidad calculadora, mezclada con una inusual curiosidad.
Una tarde, Valeria decidió probar los límites. Se puso un bañador que celebraba sus curvas rellenitas con audacia y se dirigió a la piscina interior. Dante, que