La habitación pareció cerrarse en torno a Lukas cuando el aroma de Aileen lo envolvió por completo. Era como un eco antiguo, como una canción olvidada que su alma reconocía al instante. Cada fibra de su ser respondió con una urgencia animal, con un instinto que se negaba a ser contenido. Quiso hablar, decirle algo coherente, pero su garganta se cerró. Ella lo miraba con esos ojos claros, confundida, como si también sintiera algo pero no pudiera explicarlo.
Lukas retrocedió un paso, como si la distancia pudiera salvarlo de lo inevitable. Pero era demasiado tarde. Su lobo rugía por dentro, golpeando con fuerza contra la pared de su autocontrol. “No puede ser. No ahora”, se repitió, aunque ya lo sabía. Ella era su pareja destinada. La conexión estaba allí, latiendo en el aire como electricidad antes de una tormenta.
Aileen frunció el ceño, como si captara su cambio. “¿Estás bien?”, preguntó con una mezcla de desconfianza y preocupación. Él asintió rápidamente, demasiado rápido. No podía permitirse mostrar debilidad, no frente a ella. No cuando todo en su mundo estaba a punto de romperse.
—Tengo que irme —dijo él con voz ronca—. Esto fue un error.
Pero cuando se giró para marcharse, algo invisible pareció tironearlo hacia ella. El lazo ya se había formado. Frágil, incipiente, pero real. Lukas apenas cruzó la puerta cuando sus nudillos se clavaron contra la pared. La necesidad de marcarla, de reclamar lo que era suyo por derecho ancestral, era abrumadora. Y sin embargo, no podía. No debía.
En el bosque, a kilómetros de allí, un cuervo negro se posó en una rama alta, observando. No era un animal cualquiera. Sus ojos brillaban con un destello dorado, y cuando agitó sus alas, no dejó plumas, sino un resplandor etéreo. El Consejo había sentido la vibración. El vínculo se había despertado… y no todos estarían de acuerdo con su existencia.
Mientras tanto, Aileen, ajena al caos que su sola presencia provocaba, caminaba de regreso a casa con una presión inexplicable en el pecho. Como si hubiera sido tocada por algo más grande, más oscuro. Y por un momento, lo juraría… podía oír un aullido lejano. Uno que parecía llamar solo su nombre.
Esa voz, susurrada desde las sombras del bosque, la hizo paralizar. Era profunda, resonante, y sin embargo… extrañamente familiar. Aileen giró lentamente, buscando el origen del sonido, pero no había nada visible. Solo los árboles, sus ramas crujiendo bajo el viento frío.
El corazón le latía con fuerza, y por primera vez, la línea entre realidad y pesadilla se volvió difusa. No estaba sola. No había estado sola nunca. Y el bosque no era un lugar cualquiera: era un reino donde las sombras tenían vida, donde las historias que le contaron de niña quizá no eran simples cuentos.
Sus manos temblorosas recorrieron el tronco del árbol marcado, sintiendo la textura áspera de la corteza y la energía que parecía emanar de la runa. La luz de la luna iluminaba esa inscripción antigua, llena de símbolos que no comprendía, pero que le hacían cosquillas en el alma.
—¿Quién eres? —volvió a susurrar, esta vez con más decisión.
El viento respondió con un silbido, como si el bosque entero estuviera conteniendo el aliento.
De repente, un movimiento fugaz captó su atención. Entre los arbustos, una figura emergió con la gracia de un depredador. Sus ojos dorados la atravesaron, reflejando la luz plateada de la luna. Era Lukas.
—Nunca debiste cruzar ese límite —dijo con voz firme, pero baja—. Este lugar no es seguro para ti.
Aileen quiso replicar, pero las palabras se le enredaron en la garganta. Había algo en su mirada que la hacía sentirse pequeña y grande a la vez: vulnerable y protegida. El alfa estaba ahí, y con él, la promesa de un mundo peligroso y fascinante.
—¿Por qué? —preguntó, temblando—. ¿Qué hay en ese bosque que me persigue?
Lukas se acercó, y el frío de la noche pareció disiparse con su presencia. Extendió la mano y rozó la runa con sus dedos, una marca de poder antiguo que sólo ellos podían entender.
—Esa runa —explicó— es un sello que protege este territorio. Pero también te marca a ti. Has regresado a tu origen. Y eso ha despertado fuerzas que llevaban tiempo dormidas.
El peso de sus palabras cayó sobre Aileen como una losa. Su cuerpo entero parecía absorber esa verdad, aunque su mente luchaba contra ella.
—¿Qué fuerzas? —insistió.
Lukas la miró fijamente, y en su rostro se reflejó la lucha interna que él mismo enfrentaba.
—Las fuerzas que quieren controlarte. Que desean usar tu sangre y tu poder para sus propios fines. No son humanos. No son lobos. Son algo más oscuro.
Un escalofrío recorrió la espalda de Aileen. El bosque se cerraba a su alrededor, y ella comprendió que su vida nunca volvería a ser la misma.
Un aullido rompió el silencio, lejano pero nítido, un llamado a la manada. Lukas se volvió hacia el sonido, la tensión volviendo a su cuerpo.
—Debemos regresar. No estás segura aquí.
Aileen asintió, dejando que él la guiara fuera del bosque. Pero en su interior, una parte sabía que había cruzado un umbral, y que nada podría detener lo que estaba por venir.
Mientras caminaban, ella lanzó una última mirada hacia las sombras que la habían llamado por su nombre, sabiendo que el verdadero peligro apenas comenzaba.
La noche parecía más densa al alejarse del bosque. Cada paso que daban Lukas y Aileen hacia el pueblo parecía aumentar la distancia entre la realidad conocida y ese mundo que ahora se abría ante ella, oscuro y cargado de promesas y amenazas. El aire estaba frío, pero ella sentía el calor vibrante del peligro latente. El peligro que no era solo externo, sino también el que despertaba en su interior.
—No puedes imaginar lo que estás enfrentando —murmuró Lukas, sin mirarla—. No es solo la luna, ni la manada, ni siquiera ese símbolo en el árbol. Es mucho más.
Ella lo miró de reojo, con la garganta seca.
—¿Qué es?
Él suspiró, esa mezcla de resignación y determinación que parecía pesarle en el alma.
—Es un mundo oculto para la mayoría. Un mundo de lobos, de magia antigua, de pactos sellados con sangre. Y tú, sin saberlo, formas parte de ese legado. No por elección, sino por destino.
Aileen sintió que las palabras se hundían en su pecho como dagas heladas. Siempre había sentido que su vida era diferente, que había un vacío que no podía llenar con explicaciones racionales. Ahora sabía por qué.
—¿Y qué se supone que debo hacer?
—Sobrevivir —respondió Lukas con simpleza.
Un aullido resonó de nuevo, más cercano esta vez, como un recordatorio implacable de que la manada estaba allí, vigilando, esperando, juzgando.
—Mi manada —explicó él— no siempre acepta a los demás. Y menos a los que regresan con secretos y ausencias.
Aileen sintió la presión de sus palabras. El peso de siglos de tradición y poder que cargaba aquel hombre alto y firme a su lado.
—¿Y tú? ¿Aceptarás lo que soy?
Lukas la miró fijamente, sus ojos reluciendo con una mezcla de fuego y hielo.
—Eso está por verse.
La tensión entre ellos era palpable. No solo por lo que se decían, sino por lo que callaban. Por el lazo invisible que comenzaba a tejerse con cada latido, con cada mirada.
Mientras cruzaban la última calle hacia el pueblo, Aileen volteó a ver una última vez el bosque. La luna brillaba alta, iluminando las sombras como ojos vigilantes.
Una parte de ella estaba aterrada.
Pero otra parte, oscura y rebelde, estaba lista para enfrentarlo todo.
Porque en ese instante supo que su vida estaba destinada a cambiar. Que ella ya no era solo una estudiante universitaria perdida. Era la heredera de un legado que no podía ignorar.
Y Lukas Thorne, el alfa del bosque, era la clave de todo.