El auto avanzaba en medio del silencio, iluminado solo por las luces intermitentes de la ciudad. Dentro, Alanna sostenía el collar entre sus manos, con una mezcla de alivio y cansancio reflejada en su rostro. El peso que había llevado durante todo el día parecía desvanecerse poco a poco, y su estado de ánimo mejoraba notablemente, como si una carga pesada hubiera sido levantada de sus hombros. El simple hecho de tener el collar de vuelta le devolvía la tranquilidad.
Leonardo conducía con la mirada fija en la carretera, sus manos firmes en el volante, pero de vez en cuando la observaba de reojo. Alanna, sintiendo el calor de su mirada, decidió romper el silencio.
—Gracias, Leonardo. De verdad… gracias por ayudarme a encontrarlo.
Leonardo no respondió de inmediato. Su expresión permaneció neutra, pero su agarre en el volante se relajó un poco.
—No tenías que hacerlo —continuó Alanna, jugando con el colgante entre sus dedos—. Pudiste haberte ido, ignorar todo esto… pero te quedaste y me