El silencio en la habitación era espeso, sofocante.
Alanna aún respiraba con dificultad, con los puños cerrados a los costados, mientras Miguel se mantenía rígido, observando a Leonardo con evidente molestia. Allison, en cambio, trataba de recomponerse, limpiándose con delicadeza unas lágrimas falsas mientras su madre la abrazaba protectora.
Pero Leonardo no estaba dispuesto a dejarlo pasar.
Con pasos lentos y calculados, se acercó a Allison, mirándola fijamente.
—Dime la verdad, Allison —su voz fue grave, contenida, pero con una amenaza latente en cada palabra—. ¿Tomaste algo de Alanna?
Allison levantó la barbilla con fingida dignidad.
—¡Por supuesto que no! No sé por qué me acusan de algo tan absurdo.
—No te estoy preguntando si crees que es absurdo —Leonardo inclinó la cabeza apenas, su mirada afilada como una navaja—. Te estoy preguntando si tomaste algo..
—Voy a preguntar una sola vez más —su voz resonó con autoridad, helada como una daga afilada—. ¿Tomaste algo de Alanna?
Alliso