La pantalla proyectó un archivo técnico, antiguo, con el sello “Confidencial”. Era un plano. Un diseño de lo que parecía ser un proyecto de vivienda social sostenible. Y en una esquina, con tinta azul desvaída, apenas visible, una firma: D.S.
Los más atentos comenzaron a murmurar.
—El proyecto que ven aquí —continuó Leonardo— fue uno de los más ambiciosos de su tiempo. Nunca se completó. Oficialmente, por falta de fondos. Extraoficialmente, por algo mucho más oscuro: porque fue robado. O, mejor dicho, silenciado.
Las cámaras comenzaron a captar los rostros de la mesa principal. Alberto Sinisterra se mantuvo inexpresivo, como si cada palabra no fuera para él. Pero sus manos, ocultas bajo la mesa, se crispaban. Miguel, a su derecha, ya no disimulaba su inquietud. Y Allison, con el ceño fruncido, se inclinó hacia su padre.
—¿Sabías algo de esto?
Alberto no contestó.
Leonardo avanzó un paso.
—El verdadero autor de este proyecto fue un hombre que creyó que la visión podía más que la codici