El ambiente en el salón principal de era tan denso que casi podía cortarse con el filo de una copa. Las luces resplandecían sobre las copas de champán, los arreglos florales centelleaban bajo el cristal de las arañas, y los murmullos se deslizaban entre mesas cubiertas de terciopelo oscuro. Todo parecía una velada perfecta. Una gala cuidada hasta el más mínimo detalle.
Nadie sospechaba lo que estaba a punto de suceder.
En la mesa principal, Alanna observaba el escenario con una calma estudiada. Llevaba un vestido negro ajustado, de corte sobrio pero imponente, y un recogido perfecto que revelaba la firmeza de su cuello, como si llevara años entrenando para mantener la cabeza en alto. Sus ojos no pestañeaban. Esperaba. Calculaba cada segundo. Sentía los latidos de su corazón acompasados con el tic-tac invisible del momento que se acercaba.
De pronto, entre el murmullo general, sintió una presencia a su izquierda. Al girarse, sus ojos se iluminaron por un instante. Dos figuras elegantes