El rostro de Alberto había perdido parte de su color. Mantenía la frente erguida, la mandíbula tensa, los puños cerrados sobre las piernas. Pero dentro de él, la tormenta era incontrolable. Ya no era solo una amenaza. Era un hecho. Había sido vencido con su propio juego: el silencio, la estrategia, la paciencia. El hijo del hombre que él arruinó estaba ahora en el escenario… devolviéndole el golpe con precisión quirúrgica frente a todo el mundo.
Leonardo bajó un poco la mirada. Respiró. Y sin borrar la firmeza de su rostro, concluyó:
—Por Juan Pablo Villada.
Por todo lo que me arrebataron.
Y por todo lo que vamos a reconstruir.
El salón estalló en un nuevo aplauso. Esta vez más contundente. Más fuerte. Más real.
Pero en la mesa de los Sinisterra… el silencio era absoluto.
Y por primera vez, Alberto supo que había perdido algo que el dinero no podía comprar: el control.
El salón aún palpitaba con los ecos del discurso. Aunque la ceremonia seguía formalmente en curso, el centro de atenc