El murmullo del público seguía creciendo en intensidad. Las luces del salón bajaron un poco más, creando una atmósfera casi cinematográfica. La gran pantalla seguía proyectando gráficos y líneas de tiempo con movimientos corporativos de los últimos quince años. Y aunque nada parecía fuera de lugar… algo no encajaba.
Miguel Sinisterra, desde su asiento en la mesa principal, no podía dejar de mover la pierna bajo la mesa. Golpeaba el suelo con el tacón de su zapato, una y otra vez, como un tambor de ansiedad. Tenía el ceño fruncido, los dedos cruzados frente a la boca, y los ojos fijos en el escenario como si esperara un disparo.
A su lado, Allison, impecable en su vestido azul medianoche, jugaba con la copa de champán entre los dedos, forzando una sonrisa de ocasión, pero sin dejar de observarlo con el rabillo del ojo.
—¿Vas a decirme qué tienes o vas a seguir sacudiendo el piso hasta que alguien lo note? —susurró, sin girar el rostro.
Miguel no respondió de inmediato. Estaba demasiado