La noche ya estaba bastante avanzada cuando el chófer de Alanna estacionó el auto frente a la antigua casa de los Villada. Era una construcción de estilo sobrio, con columnas de piedra y ventanales amplios, silenciosa en su imponencia. Leonardo la había conservado desde la muerte de su padre, como un santuario. Era allí donde guardaba los recuerdos que nadie más conocía, las huellas de un pasado que durante años se había negado a soltar.
Esa tarde, todo estaba en calma, demasiado. Ni los pájaros parecían cantar.
Alanna bajó del auto con una carpeta de cuero negro bajo el brazo. Sus tacones crujieron sobre la grava mientras cruzaba el jardín, y cada paso se le hacía más pesado. No por miedo, sino por el peso de la verdad que llevaba consigo. Una verdad que podría incendiar el mundo empresarial… y el emocional.
Leonardo la recibió en la puerta. Había estado en casa todo el día, revisando antiguos planos, evitando llamadas. Vestía con ropa cómoda, pero su rostro estaba tenso.
—No esperaba