La mañana era templada, y en el enorme edificio de los Sinisterra, el ambiente parecía transcurrir con normalidad. Secretarias caminaban con sus carpetas, teléfonos sonaban en las oficinas ejecutivas, y el brillo de los ventanales dejaba entrar un sol imponente que contrastaba con lo que estaba a punto de suceder dentro de una de las salas más imponentes del lugar: la oficina de Alberto Sinisterra.
Allison entró con paso firme, luciendo su impecable traje blanco marfil, el cabello recogido con elegancia y una sonrisa calculada. Sus tacones resonaban con eco sobre el mármol mientras saludaba a los empleados que la miraban con algo más que admiración… esta vez, con cierto nerviosismo.
Al entrar en la oficina de su padre, encontró a Alberto sentado detrás de su escritorio, el ceño fruncido y los dedos entrelazados. Miguel estaba de pie, junto a una ventana, con expresión grave. Ambos alzaron la vista al verla entrar, pero ninguno sonrió.
—Papá, Miguel —saludó Allison, dejando su bolso so