La noche había avanzado como una sombra lenta, pesada, en la mansión Salvatore. El fuego en la chimenea ya se había apagado, dejando apenas un halo de calor en el ambiente. Alanna había subido a su habitación tras aquella conversación intensa con Leonardo. No le dijo nada más, solo se levantó en silencio, él la siguió con la mirada hasta que desapareció por el pasillo.
En su cuarto, el silencio volvía a pesar. Alanna se recostó en su cama sin siquiera cambiarse, con la bata aún puesta, y cerró los ojos. Estaba agotada, emocionalmente drenada, y sin embargo, no tardó en caer en un sueño profundo… demasiado profundo.
Y allí comenzó.
El sonido de un teléfono. Un timbre agudo, punzante, como una daga directa al pecho en plena madrugada. La oscuridad en la habitación era absoluta, solo interrumpida por el parpadeo intermitente de la pantalla iluminada. Alanna, en medio del sueño, alargó la mano con pesadez. Todo en su cuerpo parecía lento, como si estuviera sumergida en un líquido espeso.