La luz de la noche se filtraba entre las gruesas cortinas de la mansión Sinisterra, proyectando sombras alargadas sobre las alfombras orientales. El ambiente, aunque elegante y ordenado como siempre, parecía cargado de un silencio extraño, como si algo invisible se hubiese instalado entre las paredes, respirando en cada rincón.
La señora Sinisterra se observaba en el espejo de su tocador mientras se aplicaba un poco de perfume tras las orejas. Había pasado los últimos días procesando la información encontrada en aquel escondite secreto de su esposo. Documentos, fotografías, planos con la rúbrica de Juan Pablo Villada y anotaciones técnicas que claramente no pertenecían a Alberto. Aún sentía el temblor en las manos al recordarlo. La frialdad de su esposo, su mirada impasible cuando hablaba de la empresa… ahora tenía otro peso. Uno más siniestro.
Pero esta noche no podía permitirse titubeos. Guardó bien las emociones en su interior como si fueran joyas peligrosas, cerró la tapa del fras