Las luces del salón habían comenzado a atenuarse, no porque la ceremonia hubiera terminado oficialmente, sino porque el centro gravitacional del evento se había desplazado por completo. Los asistentes, aún confundidos, intercambiaban susurros, teorías, y miradas llenas de juicio o admiración. Nadie quería irse. Todos sabían que estaban presenciando el inicio de algo mucho más grande que una simple revelación empresarial.
Miguel Sinisterra caminaba con pasos firmes, casi violentos, abriéndose paso entre meseros, cámaras y asistentes con un solo objetivo: llegar hasta ella. Su hermana. Alanna.
Ella estaba de pie en un costado del salón, lejos de la mesa familiar, acompañada por Bárbara y Sabrina, quienes se retiraron apenas vieron que Miguel se aproximaba con una mirada que ardía como hierro fundido.
—¿Te puedo hablar? —escupió Miguel, sin cordialidad, sin filtros.
Alanna lo miró con calma. No necesitaba preguntar qué quería. Sabía que tarde o temprano esto iba a ocurrir. Hizo un gesto