Leonardo sostenía la mano de Alanna con firmeza. No como quien guía a alguien perdido, sino como quien camina junto a su igual. La fuerza de sus dedos entrelazados le transmitía seguridad, presencia… y algo más. Una mezcla de orgullo y posesión. Sabía lo que hacía al tomarla así: estaba dejándole claro a todos los presentes que Alanna era su esposa, y que estaba con ella.La gran mansión Sinisterra, decorada con excesivo lujo, parecía una réplica moderna de un palacio antiguo. Las columnas estaban envueltas en delicadas enredaderas iluminadas con luces doradas, el techo cubierto con candelabros de cristal que se reflejaban en los pisos de mármol blanco. A cada paso que daban, los tacones de Alanna resonaban con fuerza, sin titubeos, marcando su presencia como nunca antes.Los invitados se apartaban discretamente, algunos sin disimular la sorpresa, otros murmurando entre dientes.—¿Es ella… Alanna?—Dios mío, está irreconocible…—¿Ese vestido? ¿Dónde lo consiguió?El vestido negro de s
Leonardo Salvatore sostenía la copa con la misma firmeza con la que sujetaba la atención de todos. Había esperado el momento preciso, justo después del tibio discurso del señor Sinisterra, en el que apenas mencionó a Alanna con una frase superficial, para levantarse. Su presencia imponente y su traje negro hecho a la medida lo convertían en el centro de todas las miradas. No pidió permiso. Simplemente se puso de pie.—Me disculpo por interrumpir —comenzó, con voz grave y pausada—, pero no podía permitir que esta noche terminara sin que se hiciera justicia.Un susurro colectivo recorrió el salón. Allison, que aún no se reponía de haber sido opacada por la entrada de Alanna, se tensó. Alexa ladeó la cabeza con un gesto de incomodidad. Bárbara y Sabrina, en cambio, sonrieron con sutileza. Sabían lo que se venía.—Hoy celebramos el cumpleaños de dos mujeres —continuó Leonardo—. Pero sería deshonesto fingir que ambas representan lo mismo.Sus palabras fueron tajantes. Las miradas se cruzar
Las luces cálidas de las lámparas colgaban como lunas doradas sobre el salón principal. El aire estaba impregnado de música clásica, risas controladas y copas de cristal que vibraban con cada nuevo brindis. La mansión Sinisterra rebosaba de poder y apariencias. Pero entre tanta opulencia, todos sabían que el verdadero espectáculo no era la fiesta… sino las personas.Alanna avanzaba por el salón con paso firme, la cabeza erguida y la espalda recta, como si el mundo le perteneciera. Su vestido negro, de caída perfecta, acentuaba cada movimiento como si flotara. Y a su lado, Leonardo Salvatore —poderoso, temido y silencioso— la escoltaba como una sombra dominante.Entonces, entre el gentío, surgió Alexa.Vestida de rojo profundo, con una copa de vino en la mano y la sonrisa más falsa que podía armar, se abrió paso entre los invitados con la elegancia ensayada de una actriz veterana. Se detuvo justo frente a ellos.—Alanna —dijo con voz suave—. Casi no nos cruzamos esta noche. Qué extraño
La música seguía envolviendo el salón con melodías de cuerdas suaves. Las luces danzaban sobre los vestidos y trajes elegantes, mientras las copas tintineaban con risas falsas y promesas vacías. Alanna irradiaba una belleza serena, vestida en un diseño que caía como seda líquida sobre su figura, con los pendientes brillando como lunas discretas.Se había mantenido ocupada saludando a figuras influyentes, caminando junto a Leonardo con una sonrisa medida… hasta que sintió esa presencia familiar detrás.—Alanna, querida —dijo una voz suave, cargada de nostalgia—. Estás… preciosa esta noche. Eres una joya, tal como siempre supe que serías.Era la señora Sinisterra, su madre. Vestía un tono pastel discreto, pero sus ojos brillaban de emoción genuina al ver a su hija tan radiante. Se acercó con las manos extendidas, como si esperara un abrazo.Alanna se giró lentamente, sin borrar la sonrisa, pero tampoco dándole más de lo necesario.—Gracias… señora Sinisterra.El uso del apellido fue un
Desde el otro extremo del salón, Leonardo caminó con su elegancia habitual. Iba sin caja, sin moño, sin carpeta. Solo con un sobre negro y su expresión seria, determinada. Todos se hicieron a un lado, como si algo en su porte anunciara que nadie debía interrumpirlo.Se detuvo frente a Alanna, la miró a los ojos, y dijo en voz baja —pero lo suficientemente alta como para que varios oyeran——Este es mi regalo para ti. Espero que esté a la altura de lo que representas en mi vida.Le entregó el sobre. Alanna lo abrió con cautela… y leyó.Primero, su corazón se aceleró.20% de las acciones de la empresa Salvatore..—Leonardo… —murmuró, atónita.—No termina ahí —intervino él—. También hay escrituras a tu nombre. Dos villas, una en Costa Amalfitana y otra en Punta Cana. Y además… —respiró hondo— el hotel boutique que alguna vez soñaste diseñar. Ahora es tuyo. Lo compré hace semanas. El personal te espera.Un silencio sepulcral cayó en el salón.Allison parecía a punto de desmayarse. Todos es
Alanna, viendo la escena con indiferencia, volvió a tomar su asiento mientras Allison intentaba salir del salón apresuradamente. La mirada de los presentes seguía fija en ella, algunos con la boca entreabierta, otros riendo disimuladamente, pero todos notaban el inconfundible malestar de la joven. Nadie podía ignorarlo. Allison, al darse cuenta de la magnitud de su fracaso, intentó moverse con rapidez hacia la salida, pero la situación empeoraba a cada paso.El estómago de Allison seguía doliendo, y el malestar era tan grande que, al llegar al otro extremo del salón no pudo evitar sentir el peso de las miradas. Sin embargo, lo peor vino después. Cuando intentó mantenerse erguida, la incomodidad se hizo más insoportable. Su respiración se volvió más acelerada y su rostro enrojeció de vergüenza. De pronto, un desagradable olor comenzó a inundar el aire. Nadie sabía exactamente de dónde venía, pero pronto quedó claro: Allison había dejado un rastro vergonzoso que todos en la mesa no pud
El salón aún vibraba con el eco del escándalo. Nadie sabía muy bien qué hacer: unos fingían indiferencia, otros cuchicheaban sin disimulo. Pero todos, absolutamente todos, desviaban la mirada cuando Alanna pasó entre ellos, tomada firmemente de la mano de Leonardo.La joven caminaba como una reina, su mentón elevado, su vestido de seda ondeando con cada paso. A su lado, Leonardo irradiaba un aura protectora y desafiante, como un caballero dispuesto a destruir a cualquiera que se atreviera a tocarla.Justo detrás de ellos, Bárbara avanzaba con su habitual elegancia, sin mostrar el más mínimo signo de incomodidad. Sabrina, hermosa y orgullosa, caminaba a su lado, lanzando miradas hechizantes a quienes osaban cruzarse en su camino.Los flashes de los teléfonos móviles comenzaron a parpadear en la distancia. Algunos invitados, incapaces de resistir la tentación del drama, intentaban capturar aquella salida triunfal.La gran puerta de la mansión se cerró lentamente, dejando tras de sí un e
La pesada puerta de la mansión se abrió con suavidad ante ellos. El crujido casi imperceptible de las bisagras pareció anunciar que algo especial estaba a punto de suceder.Alanna, sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Pero no era temor. Era algo diferente, algo desconocido que apenas se atrevía a nombrar: expectativa.Un aroma dulce, floral, llenaba el aire. No era invasivo, sino acogedor, como si cada perfume hubiera sido elegido con cuidado para acariciar el alma.A medida que avanzaba, sus ojos se encontraron con un escenario imposible de ignorar.Ramos de flores exquisitas ,rosas blancas, peonías rosadas, lirios, adornaban las columnas de mármol y las barandas de las escaleras principales. Guirnaldas de luces cálidas envolvían el salón, derramando una luz dorada sobre un enorme pastel elegantemente decorado en el centro de la estancia, rodeado de regalos envueltos en papel fino, cada uno con lazos dorados y etiquetas escritas a mano.Todo parecía salido de un sueño… uno que