Alanna cortó un pedazo de pastel con calma, llevándose el tenedor a los labios mientras cerraba los ojos para saborear cada bocado. Era dulce, suave, con un ligero toque cítrico que contrastaba perfectamente con la crema.
Frente a ella, Sabrina la observaba sin decir nada, su ceño ligeramente fruncido. Estaba recostada en el sofá con la pierna vendada en alto, sus brazos cruzados con visible desdén. Pero, aunque no decía nada, sus ojos traicionaban su curiosidad.
Alanna no se apresuró en hablar. Disfrutó otro bocado antes de alzar la vista y notar cómo la mirada de Sabrina seguía fugazmente cada uno de sus movimientos.
—Si quieres, puedo dejarte un poco —dijo con tono casual, partiendo otro pedazo y colocando el plato a un lado.
Sabrina desvió la mirada, como si no le importara en absoluto, pero Alanna vio cómo sus dedos se tensaban sobre el reposabrazos del sofá.
—No necesito que me des nada —respondió con sequedad.
Alanna se encogió de hombros con tranquilidad.
—No es una cuestión d