Alanna soltó el brazo de Leonardo con elegancia y caminó hasta el centro del salón, donde Allison aún sostenía con fuerza los documentos como si fueran un trofeo. La expresión en el rostro de Alanna era serena, demasiado serena… peligrosa.
—Qué conmovedora escena, Allison —empezó, con voz pausada pero firme—. Realmente te luciste. Una revelación digna de una telenovela barata. Pero ¿sabes qué es lo verdaderamente trágico aquí?
Se detuvo frente a ella. Todos la observaban, expectantes, tensos, con los ojos muy abiertos.
—Lo trágico… es que nada de lo que traes ahí —dijo señalando los documentos con un movimiento desdeñoso— tiene valor alguno. Es basura. Papel mojado.
Allison frunció el ceño, apretando la mandíbula.
—¿Qué estás diciendo?
—Lo que nadie aquí —incluyéndote— sabe… es que esos documentos son totalmente falsos. No porque tú los hayas falsificado, claro —añadió, bajando la voz, con un tono casi maternal—, sino porque cuando Alberto te firmó la cesión de bienes… ya no le perten